El elogio de la autonomía y la valentía para enunciar en voz alta y sin tapujos cuestiones que por lo general incomodan a la sociedad, como la sexualidad o la mirada prejuiciosa sobre el “diferente”. Acaso sean esas la claves de la seducción que ejerce -y que ejerció anoche en el teatro Alberdi- Pablo Pineda Ferrer, el español con síndrome de Down que por estos días visita Tucumán invitado por la Municipalidad de San Miguel de Tucumán y por la asociación Down is Up.
Ante una sala colmada, Pineda les dio a los centenares de familiares de personas Síndrome de Down que habían invadido el teatro el mensaje que ellos estaban esperando: “a mí, mis padres, mi familia, no me sobreprotegieron, no me cuidaron; me ayudaron a construir mi autoestima. Me han educado para la relación con los demás. Confiaron en mí”, enfatizó, con gracejo malagueño, este hombre de casi 42 años que pudo- por mérito propio, de su familia y de su mentor intelectual, Miguel García Melero, llegar a ser el primer egresado de un instituto universitario europeo; el autor de “Niños con capacidades especiales, Manual para padres” (entre otros libros), el protagonista de “Yo, también”, película con la cual obtuvo el premio al mejor actor en el Festival de Cine de San Sebastián en 2009.
Todo eso, más una particular manera de contarle al mundo su historia, en la que hay momentos felices y de los otros. Dos en particular: 1) la gran deuda de la sociedad para con las personas con capacidades especiales en el aspecto laboral y; 2) la dificultad que encuentran las personas con Síndrome de Down para desarrollar una sexualidad libre.
Sobre el primer punto, reclamó políticas activas desde la política (elogios para la figura del intendente capitalino, Germán Alfaro) e interpeló a los empresarios. Pero destacó: “el primer gran obstáculo para la inserción laboral es adoptar un rol pasivo: hay que asumir un rol activo, y apostar a la formación. Yo les digo a los empresarios: apostad por mí, ved en mí gente con talento, gente que puede aportar”.
Un video con testimonios de familia previo a la charla mostró parte del hoy de Pablo. “Mi padre nos enseñó a leer y a escribir, y se dijo que por qué con el más pequeño iba a ser diferente”, relató uno de los hermanos. Las anécdotas fueron sumando aplausos. “Cuando íbamos a un restaurante, el camarero no le daba la carta. Y cuando le preguntaba a mi padre qué le servirían a Pablo, mi padre le respondía: ¡pues no lo sé, pregúntele a él”. “Si me preguntan por mi trayectoria, yo la resumiría así: mis padres fueron los pilares de mi vida, grandísimos visionarios que hace 35 años tuvieron que ir contra la corriente, cuando la sociedad y la educación no habían avanzado como por suerte han avanzado hoy”.
Acaso el momento más movilizador de la charla -la primera, porque hubo una segunda- fue aquel en el que Pablo dejó al descubierto, sin pudores, la dificultad para lograr amigos en la Universidad y su deseo de construir pareja, y de poder vivir una sexualidad libre. “En el colegio empiezas a ver cómo son las chicas; las mujeres son muy difíciles... Un tema muy importante es la sexualidad y la afectividad. Los Síndrome de Down sabemos lo que es no tener una pareja, sabemos lo que es.... no les voy a dar detalles... tenemos necesidades sexuales, no somos ángeles caídos del cielo. Creo que el sexo a veces se ha mistificado. ¡El sexo no es sólo el acto sexual! Es el cariño, es la empatía, es meterse en la piel del otro ¡Yo soy una persona que sé amar, y quiero ser amado.... A mí qué más me da tener un pene más largo... A mí lo que me interesa es que me quieran!”, enfatizó, y el Alberdi estalló en aplausos.
La charla concluyó con el deseo de ver “una sociedad más justa, más inclusiva”; y, señalándose al corazón, mirando al público que lo aclamaba de pie (muchos ojos enrojecidos, y llanto no siempre contenido), musitó, con la voz quebrada: “os llevo aquí”.